El blog de hoy de Scott Adams, el autor de Dilbert, es tan bueno - en general es un blog excepcional al que todo el mundo debería suscribirse - que he decidido traducirlo. Me parece que trata el tema de la validez de la democracia de un modo inmejorable. Hay que tener en cuenta a la hora de leerlo que en algunos lugares de EEUU se utilizan máquinas electrónicas para votar y que dichas máquinas han generado multitud de polémicas por supuestas manipulaciones electorales.
He decidido no preocuparme más por las máquinas de votación manipuladas. Mientras tengamos encuestas de opinión, podemos darnos cuenta de cualquier manipulación exagerada en esas máquinas. Por ejemplo, si el programador de tu cubículo de al lado se convierte en senador y ni tan siquiera era candidato, es una señal de alarma bastante fiable de que algo va mal. Cualquier fraude exagerado será detectado y corregido.
La otra posibilidad es que la manipulación no sea tan exagerada sino más sutil y no puedas estar seguro de que está pasando algo mirando las encuestas de opinión. Pongamos que la persona que sale elegida tenía un 48% de los votos en las encuestas pero salió elegido con un 51%. Puede que nadie se diera cuenta del fraude nunca. ¿Pero y que?
Si un candidato puede conseguir el 48% de los votos legítimamente, no hay manera de saber si será peor que el candidato que consiga 52%. Los votantes no pueden predecir el futuro con tanta fiablidad. Todos y cada uno de los malos presidentes que hemos tenido consiguieron alguna vez la mayoría de los votos. En algunas ocasiones, lo consiguieron dos veces.
He estado involucrado en un buen número de entrevistas de trabajo para gestores y cocineros en mis restaurantes. Me consideron un buen juez de la personalidad y tengo mucha experiencia entrevistando a gente. Pero cuando comparo el rendimiento real del trabajo de las persona con lo que predije cuando les entreviste, rara vez encuentro correlación alguna. Votar es lo mismo: Estamos juzgando como gestionará un candidato una crisis nuclear por como son de buenos los carteles publicitarios que crea su partido. Es un proceso que no tiene ningun sentido.
Y siendo realistas, la mayoría de las elecciones se ganan por fraude bajo la forma de campañas publicitarias engañosas, estadísticas distorsionadas a propósito y mentiras vergonzosas. Solo porque mentir a los votantes sea totalmente legal no significa que sea mejor que manipular una máquina de elecciones. El resultado es el mismo. Vivimos con uno, y podemos vivir con el otro. Y hay una diminuta posibilidad de que el fraude de la máquina neutralize el efecto del fraude publicitario. El efecto global podría ser positivo, al menos algunas veces.
Deberíamos hacer todo lo que podamos para que las máquinas de votación sean seguras. Pero voy a quitarlo de la lista de cosas sobre las que preocuparme, esa lista ya es suficientemente larga.
Scott Adams, o como tomarse la vida con cinismo.
14 de diciembre de 2006
Esas malditas máquinas de votación
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario